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lunes, 4 de enero de 2016

MIRANDO ATRÁS/hace unos años

Pues si, hace unos años no existía la venta activa. Eso que hoy nos parece una tarea indigesta completamente habitual, hubo un tiempo que no existía. Qué sí, que es cierto. Algunos tampoco se creerán que había tan solo dos canales en España, y una carta de ajuste para anunciar el fin de su emisión.
Que si, que las gasolineras no hacían bollos ni pan, ni se afanaban en intentar cuajar un capuchino razonable.
Por qué voy a mentiros, hace unos años -y no muchos- los bollos eran envasados, nuestro repartidor de sandwich venia tres veces por semana y colocaba el género. Y las naranjas -el que las tenía- las acercaba un proveedor que colocaba y retiraba el género pasado, y reponía lo nuevo sin decir ni pío, ni poner mala cara.

Hace unos años -antes de ayer prácticamente- la venta activa era cosa de los representantes y los vendedores de pisos, de las putas de la Montera o del Raval, por citar las más conocidas, y de los gitanos de mercadillo, que en esto, siempre han sido unos adelantados a su tiempo.

Todo este sin vivir de ofertas comenzó hace unos siete años, con el famoso discurso de Calzada: "Un cliente, una cocacola, un cliente, un dulce.." vino a decir. ¡Qué poco imaginábamos hasta donde íbamos a llegar!. Nos enseñaron lo fácil que iba a ser camelar a los clientes, convencerles de la necesidad de hacer un gasto extra y superfluo: "Es súper fácil, ¿veis?"

Y llegó, nos trajeron la primera remesa de Cruz Roja, y aquello fue una fiesta. El éxito de la campaña desbordó, como un cava agitado, todas las previsiones. Era posible vender más, y por poco dinero.
Inventaron esas figuras de vendedores ejemplares que se llamaban "promotores del cambio" que en adelante se encargarían de marear al encargado, y  producir dolores de cabeza y mala hostia a los expendedores.

Hasta entonces se trataba de un buen trabajo. Se limpiaba, se colocaba, se vendía, se atendía cortesmente y se intentaba de ofrecer servicio y atención al cliente, buenos productos, y una disponibilidad horaria. Pero la venta activa ya estaba sembrada, sus raices crecían con rapidez y era una actitud depredadora que se zampó a las otras de un bocado. Los buenos vendedores adquirieron categoria de VIP, y se convirtieron en expendedores blindados aplaudidos por las altas esferas, como ejemplos de conducta y modelos a seguir.


No revoltosina, estamos totalmente de acuerdo, no merece la pena, es una putada, nos esclaviza, nos agota, y nos desmoraliza, pero, la empresa quiere que lo hagamos. Y ya está. Y el día que quiera que silbemos canciones como Bob Sinclair tendremos que hacerlo por que ella es la que paga. Y no podremos ganar mucho con ello por que no se mostrará dispuesta a concederlo ni aunque consigamos un hit parade.

Quieren que seamos productivos, muy productivos, es el signo de los tiempos y los sindicatos pueden poco más que poner arneses para que no nos estampemos, nada más, no tiene vuelta de hoja. No queremos hacerlo, preferimos ser expendedores de los de antes, de los que siempre conocimos, de los que fuimos al principio, pero eso no volverá. Las nuevas generaciones lo verán como algo normal, por mucho que les cuenten historias de gasolineros del siglo pasado. Los tiempos empezaron a cambiar desde mucho antes de que lo cantara Bob Dylan, y por mucho que rebusquemos en la letra pequeña de nuestras nóminas los empresarios no van a perder ni nosotros vamos a ganar lo que queramos.

Como si fuera una enfermedad crónica, los sindicatos podrán mitigar el dolor, pero los síntomas estarán ahí para siempre. Aunque ejecutemos a un sindicalista cada dos horas, los empresarios no van a ponernos un avión y cien millones de dólares para que vivamos una vida de puta madre. Soy pesimista, hay que sobrevivir dentro de esta mierda. Y estoy de acuerdo contigo, cada vez huele más. La alternativa es... ¿La revolución?



MUSICA

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