Últimamente tengo una suerte esquiva con los clientes que atiendo. Los pocos que aún repostan, ya sea por que coger el autobús les pilla lejos, o son los dueños de su empresa, o por que tienen un bolsillo con un buen fondo a prueba de tsunamis económicos, el caso es que muchos de los que pasan, lo hacen acelerados, como si estuviesen en zona restringida o de guerra, como si hubiera un francotirador oculto por la tienda que pudiera abatirles con un queso manchego.
"Veinte euros de diesel", "Nueve euros de 95", "Dos entradas para la sala 7", me siento un taquillero que ve desfilar gente sin apenas poder ni saludar, "¿Algo mas...?, ¿No quieres...?, ¿Te pongo...?" -No, no, que tengo prisa.- ¿Que pasa, que el gobierno ha decretado el toque de queda por motivos económicos?. Huyen como quien entra en una calle llena de prostitutas sin querer y busca una salida rápida. "Que no voy a comerte 'mi amol' , solo quiero venderte unas almendras".
Hay días que los clientes son tan esquivos que cuando tengo un rato voy a mirarme en el espejo por si se me ha posado alguna araña en la cabeza, tengo un moco colgando, o alguna cosa similar que les espante. Nada, son huidizos como si entraran en una leprosería, y facilitan el cambio que da gusto: Diez euros, veinte euros, cincuenta, sin cartera, sin puntos, sin complicaciones, ¿Qué voy yo a venderles si vienen con el dinero justo, con una mano delante y otra atrás?.
Es complicado, de verdad, la situación económica ya todos la sabeis, corren brisas del norte que no calientan ni reconfortan nada, muy al contrario, aprietan los bolsillos de los que pasan por allí, en su mayor parte convencidos de lo que se quieren gastar, y reniegan una tras otra de todas mis proposiciones indecentes.
¿Un SuperOnce?, venga, vale. ¿Un Rasca?, no, no, que yo no tengo suerte. ¿Una SP?, ¡Ay no! Acabo de comer, ¡Ay no!, voy a comer ahora, ¡Ay no!, no quiero comer nada, estoy a régimen, ¡Ay no!, tengo de todo en casa. Pues muy bien, menudo panorama desértico, menuda ruina psíquica para mi maltrecha confianza. Hay veces que pasan tan deprisa que me recuerdan los patos de una feria, 20, 10, 50, 15 €, y yo voy disparando con el cañón torcido (cada vez más) de aquella carabina de palabras, según se acercan al mostrador para depositar el precio justo. Pum, pum. Derribo alguno, "¡Qué no quiero nada 'alelao', cóbrame de una vez!"
Mediando la jornada repaso como van las ventas de mi turno. Resoplo. Aún no es bastante para salir del fondo oscuro de la lista. Busco víctimas entre los que repostan, como cuando hace años, apostado en la barra de una discoteca oteaba entre las mujeres analizando cual podía ser más accesible. Aquello era un trabajo selectivo, hoy debo entrar a todo el que se mueva, buscar la relación a pelo o pluma, demostrando de nuevo que soy el más patán de este garito, ya que me como menos roscas que cualquiera. Eso sí, le pongo empeño para que mi Dj esté contenta, y vea que bailo al son que tocan en la sala.
Comentaba como lamento el compañero Jose Luis Tellón, que era evidente lo que nos preocupaba: La venta activa sobre todas las cosas. Tal vez si. O no. Hay muchos temas importantes en nuestro trabajo, y antes que el, en nuestras vidas, pero dentro del asombroso y entretenido mundo de Repsol, a pesar de los sueldos magestuosos/estratosféricos y del espectáculo visual de los productos con origen y los Rascas, la Venta Activa, viene a ser como unos calzoncillos o unas braguitas que nos están pequeños y nos aprietan más de la cuenta, se nos meten por donde no queremos, y a la larga nos lo hacen pasar mal, por muy fantástica que pueda ser esa ropa interior en nuestras nóminas..
No hay comentarios:
Publicar un comentario