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miércoles, 23 de octubre de 2013

Que vivan mis tetas

Que vivan mis tetas

Hay tetas, tetitas, tetonas, ubres, botones, colinas de poeta, medidas de rey, tetas pechuga de corista vieja, tetas bandeja de cocinera asada, senos de saludo revolucionario, de manifestación vibrante, cántaros de miel, pechitos de manzana y dulces blancuras de ilusión conventual, tetas con pelo y terciopelos blandos.
Hay tetas coronadas en rosa tembloroso, en marrón apretado, en violeta de labio, en rojo irritación, en negro prieto, en el color de las magdalenas recién salidas del horno de la vieja casa.
Hay, se sabe, hombres dados a la teta, y mujeres también, tendencias claramente monticulares frente a las otras, a las abismales, a las tendencias hacia los largos túneles del cuerpo. Un pintor y una teta son la esencia misma de la historia del arte.
Las chicas de Femen lucen, muestran tetitas sin caída, ingrávidos senos insolentes, tetas proclama que lo mismo insultan a los biempensantes, quienes las rememoran luego en goces solitarios, que a las ya muy paridas y a las veteranas, que se preguntan por qué no hay teta blanda entre las Femen, por qué no hay teta tortilla francesa, teta bota de vino en las protestas.
Y el otro día, en el Congreso de los diputados, a una mujer le miraron las tetas. Parece que era una profesora que acudía como simpatizante del PSOE, y que le obligaron a quitarse la camiseta. Era evidente que bajo aquella prenda no escondía metralleta ni escopeta. Solo el cuerpo. Ah, qué delicia nueva, el cuerpo como amenaza pura, escueta. ¡La teta como arma! La teta metralleta, teta escopeta, teta.
Comprendo el enojo y la ofensa a la mujer, pero no puedo dejar de celebrar aquí esta nueva evidencia: ¡un arma en cada teta! Me siento, desde que me he enterado, más dotada, escuadra, flota, incluso amartillada.
Que vivan, pues, mis tetas.