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lunes, 4 de enero de 2016

MI HISTORIA

Prólogo.

Ya llevaba diez meses trabajando en Málaga en una empresa de electricidad, cuando a primera hora de la mañana…
Ring…….ring……..ring……..
- ¿diga?
- ¿Qué pasa Juan, por donde andas?
- ¿quien eres? -le pregunté- es que voy conduciendo y no lo he mirado.
- ¿quien voy a ser? ¿No me conoces por la voz?
- Pues ahora mismo, no… ¡Ah si, el Migue! ¿Qué te cuentas?
- ¿Dónde estas?
- Estoy en Jerez de la frontera, ¿porqué?
- ¿Te acuerdas que me dijiste que cuando hubiera un hueco en la gasolinera me acordara de ti?
- Si, claro.
- Pues vente para Málaga ya.
- Pero…
- ¡Te he dicho ya!, para esta tarde a las seis en la estación de servicio.

Bueno, mi mote es “el bochinches” y ya tendré momento de contaros porqué me lo puso un buen amigo en esta larga historia que empieza desde aquí, para no aburriros, y de cómo un pueblerino se fue a Málaga a buscarse las habichuelas como se dice, con una mano delante y otra atrás, teniendo que vender su moto, una flamante Ducati 900 supersport bicilíndrica, con los cilindros en V y 13.000 Km., para poder tirar hacia delante en esta aventura, por así decirlo.

Pues eso, era el 2003 cuando decidí irme del pueblo a la casa de un buen amigo (de los que ya no quedan) en Málaga, en un pequeño pisito de 50 metros cuadrados con cochera y trastero, hasta que encontrara trabajo y un piso por la zona para poder alquilarlo.

Mi amigo Miguel Ángel soltero por aquel entonces, se ofreció sin pensarlo demasiado y me abrió su casa. En la primera semana de estancia en ella me puso en contacto con sus amistades y pronto encontré un trabajo como electricista, pero fuera de Málaga, montando supermercados Superplús y Aldi por Andalucía.

Así pasaron rápidamente 10 meses, trabajando 12 horas diarias de lunes a sábado hasta el mediodía, compartiendo nuestras vivencias en el escaso tiempo que coincidíamos juntos, él como expendedor-vendedor en una gasolinera de Campsared en la autovía hacia Sevilla,  y yo “El bochinches” contándole las mías en esta pequeña empresa gestionada por una criatura sin ningún tipo de escrúpulo hacia la clase trabajadora.

Me acuerdo que era tal el cansancio que tenía en esta empresa de electricidad, que cuando llegaba el fin de semana, no me apetecía nada más que llegar a casa y cerrar los ojos. Hasta en el cine viendo películas me dormía, y los cabrones de mis amigos me preguntaban luego en la salida, si me había gustado, entre carcajadas y burlas.

Así, nos dijimos que, cuando hubiera oportunidad me llamara sin pensarlo mucho, que sus condiciones de trabajo no me disgustaban y que podría gustarme este trabajo de gasolinero aquí en Málaga.


Capitulo 1.

No tiene ninguna relevancia en esta historia, pero a los dos meses me emancipé a mi piso y mi pareja vino de su pueblo al que se fue una temporada para estar con su familia, después de mucho tiempo sin verlos. Lo digo por si alguien piensa, que sigo de ocupa en la casa de Migue o algo raro de lo que se lleva ahora de moda o en Telecinco, ¡¡¡pues no!!! Siento chafar a alguno del blog, no he sido nunca un okupa, ni me gusta la sodomía.

Así que seguimos con la historia.
Me despido de mis compañeros eléctricos no sin antes tener una larga conversación con mi antiguo jefe en el coche camino a Málaga. Me insistió que ese no era un oficio donde se adquiriesen conocimientos que me reportaran experiencia en futuros trabajos, y que me arrepentiría de tomar esa decisión de dejarle, aunque si yo lo había meditado y decidido,  pues que pasara por la oficina dentro de unas semanas, que la cosa estaba muy mal, y a ver si le daba tiempo y le pagaban unos pagares de antiguos trabajos ya acabados para abonarme el finiquito.

Ese fue el motivo por el cual me trajo en su coche desde Jerez de la Frontera hasta Málaga. Me advirtió que la pasta tendría que esperar un cierto tiempo, y que no aireara entre mis antiguos compañeros el rumor de que estaba tieso como la mojama, cosa que nos tenía escamados, aunque yo ya procuré estar en constante contacto con ellos, para saber que día les pagaba el sueldo a final de cada mes.

El tiempo me demostró que sí, que estaba tieso, lo que se tradujo en no pocas veces, las que tuve que visitarlo para que me pagara todo lo que me debía, y luego estaba el finiquito de risa que redactó su secretaría, que decía que se lo había mandado la gestoría escrito con máquina Olivetti con poca tinta.

El caso es que al final accedí a renunciar a parte del salario, con tal de que dejara en paz en mi despedida con el trabajo a medio hacer, a sabiendas de que me costaría cobrar los pocos días del mes que llevaba trabajado, y todos los demás conceptos de ese surrealista y absurdo finiquito que me mostró aquel día en la oficina.

Bueno, pues llegué a Málaga a eso de las 16:00 de la tarde, me duché y me desplacé junto con mi amigo con una calor de la hostia en pleno Junio a la oficina del encargado (nunca supe si general, no creo, lo que si recuerdo es su nombre: Julio), donde me esperaban dos personas, él, como encargado de esa estación, y el que sería mi nuevo encargado, Rafalín. 

Sacaron mi contrato de una carpeta de encima de la mesa, y sin leerlo, raudo y veloz me dispuse a firmarlo, no fuera que alguno de los allí presentes se arrepintiera de aquello y todo se fuera al traste. Era un contrato de seis meses, no para la estación en la que estábamos, y en donde yo creía que sería, sino para otra no muy lejos de allí, en el margen izquierdo, pasado el centro penitenciario, a 18 km de Málaga.

O sea, la primera en la frente y sin avisar. Los dos, encargados de Campsared, uno, el de la mega-estación en el margen derecho de la autovía, camino de Madrid, con cafetería ajena a la empresa, con dos expendedores por turno, mañana, tarde y noches, en línea ascendente y con una sintonía que te cagas, con el, por aquel entonces,  jefe de zona de esa delegación, Manolo Checa, y el otro, el siempre atento a la conversación Rafalín, con poca experiencia en el cargo pero hombre en línea con lo que se espera de un encargado prometedor de Campsared.

- Ahora firma esto, ¿sabes que es?
- Pues no
- Es una conformidad de tu parte para limpiar los aseos.
- ¿Estás de acuerdo en firmarlo? cobraras tanto…
- Dame (como para decir que no, con los dos mirándome).
- Pues ya está, empiezas mañana.
- Muy bien, gracias.
- De nada, bienvenido a Campsared.
- ¿Tu coche es diesel?
- Pues no, gasolina.

Se miraron entre ellos, y rápido me dieron un apretón de manos para salir huyendo de la primera duda que tenía, que no era otra que la del kilometraje. Pero eso será en otro capítulo.

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NOTA: Lástima de historia sin completar, el compañero que me la envió, no quiso continuar con su relato.
Los nombres y lugares han sido modificados para preservar la identidad del autor.

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