Corría el mes de junio cuando se incorporó a nuestra plantilla un ángel que haría cambiar el curso en cifras de la gasolinera. Se llamaba Purita, vino a hacernos las vacaciones.
Desde que entró por vez primera en nuestra tienda, sentimos el flechazo de sus ojos, y por supuesto de todo lo que estaba más abajo de su cuello. Ese día, se estremecieron los cimientos, los surtidores se quedaron sin conexión, los helados se derritieron y las bolsas de hielo se hicieron agua que salpicaba sus piernas y su cuerpo al andar como si caminara decidida por la orilla de alguna playa.
A Antonio, mi compañero, le dio un ataque al corazón y ya no pudo incorporarse hasta noviembre, por que le daba taquicardia pensar en esa expendedora de vanguardia, y nunca mejor dicho.
Purita tenía el cabello rubio, caminaba con desparpajo, y era rotunda y convincente por delante y por detrás. Hasta llevando el uniforme causaba sensación entre la gente, venía de un pueblo pequeñito de Burgos que no acierto a recordar. Era una moza castellano-leonesa con dos razones sustantivas en los ojos (Y otras dos en el pecho). Te miraba y perdías las fuerzas, como si te arrojase kryptonita a las rodillas, y además olía gloria, desprendía una fragancia a ducha fresca y a jazmín, como si la envolviesen los efluvios de una cascada, como si utilizara Evian Deluxe para bañarse en vez de agua del grifo.
Purita sabía adornarse con dulzura, hablaba con los ojos como el ventrilocuo que habla con el estómago, ella era explícita con la sonrisa, vencía la voluntad con la mirada, y conquitaba territorios con su cuerpo.
Sabía decir las cosas, darles el punto justo, la ebullición venía detrás, por ejemplo cuando inclinaba el torso para pasar una tarjeta, ella se daba cuenta a donde le lanzaban las miradas y alzaba las pestañas, sonreía, y dos o tres clientes caían al suelo desmayados. Y lo mismo cuando bebía de la botella de Fontvella, derramando una parte del agua por sus labios, llendo por la barbilla hasta llegar al cuello y más allá, cortando el tráfico en la pista, y por su puesto la respiración de los que estaban en la tienda. Más desmayos, más hielo, la gente compraba bolsas con cubitos y se las colocaba en la cabeza, y algunos más al límite, debajo del volante, en la entrepierna, sofocando niveles de ansiedad que amenazaban el entorno.
Pero Purita sobre todo, era una vendedora impresionante, con unos números de escándalo, tanto en el cuerpo como en la venta de productos, sus registros batieron marcas que en muchos años nadie podrá igualar.
Era un poco dejada en el vestir, pero nadie le decía nada, por que seguramente hasta con traje de astronauta Purita hubiese estado sexy desde detrás del cristal de su escafandra. Le gustaba llevar los pantalones anchos, un poquito caídos, con lo que al agacharse, cosa que hacía cien veces ante la sandwichera o para colocar los chicles, mostraba el tanga por detrás y nadie tenía urgencia por irse de la tienda "Pase, pase, que yo no tengo prisa", se iban diciendo los unos a los otros.
Pero, como si fuese una jura de bandera bajo el sol, los destellos que irradiaba Purita hacían estragos entre la gente cuando llevaban varios minutos en la cola. Hasta la Mutua recomendó tranquilizantes y aire acondicionado tres grados por encima para las horas de trabajo en que estuviéramos con ella.
A veces, se anudaba la camiseta por encima de la cintura alegando que hacía mucho calor, y aquello se convertía en una verbena, empezaba a vender como una loca, aceitunas, jamones, los quesos de tetilla de dos en dos... Por que cuando le hacían el chiste ella decía que estaban hechos con el molde de las suyas, y allí mismo teníamos que andar limpiando las babas del mostrador de caja. Y tan pronto se echaban a la calle les hincaban el diente con la ilusión hecha esperanza de degustar esa ambrosía.
- ¿Quiere usted un par de melones? - Preguntaba sin disimulo. Los tíos caían todos, nos duraba la torre de la fruta media hora. Y algunos venían dos veces "Me voy a llevar otros para mi tía" decían.
- ¿Cuales te gustan? - Les preguntaba ella con picardía y un toque de inocencia en la voz, como de una diablesa resabiada.
- ¡Es que sea, el que sea! - Salían de allí sudando, con la cabeza echando humo y aullando por la pista.
Fue un éxito total, se acercaba la gente de los pueblos limítrofes, hasta de Zaragoza o de Zamora llegaban autocares de solteros para comprar SPOs. Con deciros que combustible sólo llegaba una cisterna a la semana, pero pedidos de melones, uno todos los días y algunas veces dos, los días que estaba ella de turno.
Era imposible negarle nada. Hasta yo, cuando le hacía el relevo, salía cargado con mi correspondiente caja de melones, y es que te miraba a los ojos, y te fundía los plomos. Y si observaba resistencia bajaba su mirada a tu entrepierna y allí, tenía todo ganado, todos los tíos nos desplomábamos, y la cabeza nos empezaba a arder desde el sonrojo más sofocante que pudiéramos soportar. Yo mismo, tuve que meter la cabeza varias veces en el arcón del hielo para recuperar la compostura.
Vendíamos tanta SPO como toda la que se pudiera vender en la provincia, que digo en la provincia, en la Delegación entera.
Algún Jefe de zona quiso ascenderla antes de tiempo, ponerle un piso, llevársela a un congreso, pero Purita no tragó por ahí. Cuando se lo dijeron, pasó su lengua lamiéndose despacio el labio superior mirando fijamente al Jefe con su escote entreabierto, haciéndole después una peineta con el dedo.
Cuando salió de la oficina, oímos los bramidos del Jefe tirándose del pelo, golpeando su cabeza, bufando varias veces como si fuera una locomotora de vapor. Purita no aceptaba esas cosas, quería ganarse un dinerillo ese verano, y después ver mundo, echar un polvo bueno, aprender cosas... (A lo del polvo nos ofrecimos voluntarios), estar aquí y allá, probar de todo menos eso para lo que encarecidamente nos ofrecimos voluntarios. Y así fue, terminó su contrato y se marchó.
Desde entonces la he visto varias veces, unas en Tele-5 luciendo su palmito. Unos meses salió con Paquirrín y apareció en robados por la playas de Malibú. La vi en una película de Bigas Luna, y en la portada del Interviu, ya no recuerdo, o del FHM, pero nunca jamás volví a tener delante a una mujer con tanta maña y con tamaña cara, cuerpo y destreza para vender, desde unos huevos Kinder aplastados, a la balda completa de encurtidos para que la pudiésemos limpiar más facilmente.
En noches como ésta, aún me acuerdo de ella como para tener que levantarme de la cama, darme una ducha fría y ponerme a escribir.
El pasado julio me envió esta postal (Campsared Blog) |
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